Quillota. Un bello pueblo para conocer, aunque quizás no tan bello para vivir.
Yo vivo aquí, en el campo, con mi señora y mi hija. Mi patrón nos deja quedarnos en una casita cerca del granero. A veces pasan noches en que no podemos dormir por el ruido de los animales, pero no importa, estoy agradecido por lo que mi patrón nos da, él nos entiende.
Todos los días me levanto tempranito, a penas canta el gallo, a dar una vuelta por el fundo. Hay muchos animales en este campo, es que mi patrón es muy bueno para los negocios. Debe haber tantos caballos como para poder usar uno distinto todos los días del año, y debe haber tantas vacas como para poder darle leche a todos los niños de nuestro pueblo. Por las mañanas me preocupo de que todos reciban su desayuno.
Después de hacer las tareas de la mañana, puedo entrar por la puerta del patio a la casa de mi patrón y sacar pan para mi señora y mi hija. Ellas dicen que es poco, pero yo digo que es suficiente, después de todo si no estuviéramos aquí estaríamos en la calle sin siquiera una frazadita para el invierno.
Después de comer, vuelvo a ver a los caballos. Me aseguro de que corran lo más que puedan para que se mantengan saludables. Luego voy donde las gallinas y saco los huevos para la once de mi patrón. Después voy rapidito al corral de las ovejas, para ver cómo va la lana y cuándo va a haber que cortarla de nuevo. El resto del día estoy con las vacas, ordeñándolas y llevándolas a las praderas más verdes. Por último, me aseguro de dejar a todos los animales bien seguros en sus corrales y en el granero. Entonces llego devuelta a la casa y está mi señora esperándome con otro pancito antes de ir a dormir. A veces termino cansado, pero trato de no quejarme. No vaya a ser que mi patrón me escuche y nos saque cascando de su campo.
Hoy día me levanté a trabajar como cualquier día. Me vestí para ir a darles desayuno a los animales. Estaba muy contento porque la noche anterior dormimos muy bien. Los animales no habían metido ruido como todas las noches, se habían portado bien. "¡Más comida para ustedes hoy!” decía mientras caminaba hacia el granero y reía. De pronto, miré hacia el fondo del campo, donde siempre estaban las vacas esperando a su desayuno, pero no estaban. Algo raro estaba sucediendo. Entonces corrí hacia allá y a medida que avanzaba todo comenzó a aclararse. Las vacas si estaban, sólo que no como siempre. Todas yacían sobre el suelo, casi no se podía distinguir el pasto entre ellas. De la noche a la mañana todas habían muerto. Era como si alguien hubiese esparcido una peste entre ellas durante la noche, y ninguna hubiese logrado sobrevivir.
Corrí más rápido que nunca a ver como estaban los caballos, pero fue inútil. Llegué nuevamente demasiado tarde. Todos habían muerto, al igual que los chanchos, las ovejas y las gallinas. ¿Quién pudo hacer algo tan cruel? Tengo que avisarle a mi patrón. Corrí a su casa y cuando estuve lo suficientemente cerca, pude distinguir que había mucha gente. Estaban los vecinos, el alcalde, la familia de mi patrón y cuatro hombres que nunca había visto, altos y muy serios. Mi patrón estaba afuera. Supuse que ya todos sabían lo que había ocurrido, pero nadie dejaba de mirarme. Todos susurraban. Entonces mi patrón apartó al resto de la gente y se puso frente a mí. No parecía mi patrón, se veía completamente distinto, muy nervioso y su mirada reflejaba un miedo pavorizante. ¿Qué estaba ocurriendo? Su frente no dejaba de sudar.
Fue entonces cuando me dijo: “Siempre confié en ti, Juan. ¿Cómo pudiste hacernos esto?”. Traté de explicarle, de hacerle entender que yo no era el culpable de tal crimen. Nunca habría traicionado su confianza. Entonces dos hombres me cogieron por los brazos y amarraron a mi boca un trapo fuertemente. Pude ver que mi señora y mi hija corrían hacia mí desde lejos. Luego el alcalde desenrolló un papel que traía consigo y comenzó a leer lo que, al parecer, todos estaban esperando: “Señor Juan Rodríguez Espinoza: acusado de asesinato y traición. Su pena será sometida a votación por los que se encuentran aquí presentes. Todos los que estén a favor de condenar a pena de muerte al señor Juan Rodríguez Espinoza, por favor levanten su mano”.
Y así fue como vi a cada uno de los presentes, incluso mi patrón y su familia, levantar sus manos. Pude ver también como otros hombres sostenían a mi mujer y a mi hija. Traté de calmarlas y de decirles que todo iba a estar bien, que mi patrón ya iba a darse cuenta de que todo era un malentendido, pero no pude articular ninguna palabra. Tenía ese trapo en mi boca y, antes de que pudiese darme cuenta, me ponían un saco sobre la cabeza.
Lo último que vi fue el campo, Quillota, un bello pueblo para conocer, aunque quizás no tan bello para vivir.
Natalia Gudenschwager B.
lunes, 8 de junio de 2009
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminaresta demasiado bueno el cuento! toda una escritora, me encantó como hiciste que un cuento tan "cotidiano" llegara a revelar una verdad tan cierta!!!
ResponderEliminarbesiitoos
te kero!
B*